El gusano amaestrado

Tengo un gusano amaestrado, tan aplicado que hace siempre exactamente lo que le mando. En mi biblioteca se encuentra, perfectamente ordenada, una enciclopedia de diez tomos, cada uno de los cuales consta de cien hojas. Un día coloqué al gusano en la primera hoja del primer tomo y le ordené que se comiera, en línea recta, desde la primera hoja del primer tomo hasta la última hoja del último tomo. El animal cumplió con precisión mis instrucciones. ¿Cuántas hojas se comió el gusano?

     

     Lo primero que viene a la cabeza es que la solución no será mil, porque el problema no puede reducirse a una simple multiplicación. Lógico y cierto, pero, pasada esa primera impresión, uno se pregunta: ¿cómo diablos no va a ser mil, si hay diez tomos con cien hojas cada uno? Enseguida aparecen las siguientes alternativas: ¿999?, ¿998? Y como no se acierta, comienza el rosario de preguntas: ¿Las tapas también cuentan? Las tapas contarán o no, pero yo te estoy preguntando por hojas. ¿Se come las hojas enteras? Empleamos el verbo comer, pero bien podría haber dicho perforar, pues al moverse en línea recta se entiende que de cada hoja solo va comiendo el espacio suficiente para traspasarla, es decir, contamos hojas comidas como hojas perforadas. Pero hablamos de hojas, ¿verdad?, ¿o son páginas? Hojas, pregunto por hojas. Cuando se acaban las preguntas razonables toman el relevo las chistosas. Algunos se atreven a proponer soluciones disparatadas, como que el gusano atraviesa más de mil hojas, o lo que me dijo un amigo, cansado de aseverar una y otra vez que el gusano se comía mil hojas y de encontrar el no por respuesta: «¡Maldito gusano! Pues se comerá una milhoja y una japonesa», aludiendo a estos sabrosos y típicos pasteles. Finalmente, después de un rato dándole vueltas, son muchos los que arrojan la toalla, amparándose en la socorrida excusa de que «tiene que esconder algún ridículo truco». Hasta el más perseverante llega a flaquear, porque no ve otra solución lógica que mil hojas.

     

     Recuerdo perfectamente cuándo me plantearon este problema. Viajaba en coche desde La Línea hacia Cádiz y mi acompañante me lo propuso cuando faltaba una hora de camino, con el reto de que averiguara la solución antes de alcanzar el destino. Lo logré a los cuarenta minutos, aunque debo confesar que fue gracias a una sutil pregunta que formulé y que me sirvió de pista.